El concepto de Autoestima, es y ha sido extensamente
estudiado, por lo que existe numerosa bibliografía perteneciente a diferentes
perspectivas desde las que se puede abordar. Todos alguna vez hemos hablado o
leído sobre ella, y creemos saber lo qué es. Se han realizado tareas
relacionadas con esto, donde se solicitaba a alumnos de Psicología que dieran
una definición de Autoestima, y cuando éstas se ponían en común y se analizaban
detenidamente, se hacía latente la discrepancia entre todas las definiciones,
aunque también se distinguían puntos comunes (Mruk, 1999); de esta manera,
sucede lo mismo en los trabajos científicos, por lo que existen numerosas
definiciones del concepto de Autoestima, lo que dificulta en mayor medida que
gran parte de los estudiosos y expertos estén de acuerdo en lo que es y de lo
que se compone.
Estas diferentes
conceptualizaciones pueden clasificarse según el área de la Psicología desde la
que se valora y es tratada: desde la Psicología Social, la Personalidad, la Perspectiva
Cognitiva u otra más Clínica.
Mora y Raich (2005),
exponen de manera clara y esquemática la división de opiniones entre los
diferentes puntos de vista desde los que se ha estudiado la Autoestima; clasificados en pares opuestos, en los que, en
primer lugar, se considerarían los autores que consideran la Autoestima como un
sentimiento generalizado acerca de uno mismo; y los que la consideran la suman
de un conjunto de juicios acerca del propio valor y competencia en diferentes
dominios.
Por otro lado y en
segundo lugar, están los autores que la consideran un producto acabado que se ha
formado durante la infancia y que ya no puede modificarse, y otros la contemplan como un proceso en el que los
acontecimientos diarios tienen una determinada influencia.
En referencia a quienes
consideran la Autoestima
como un conjunto de juicios acerca del propio valor y competencia en diferentes
dominios., Heatherton y Polivy (1991), distinguen entre Autoestima de desempeño, Autoestima
de la apariencia y Autoestima social (Larsen, 2005).
Por otra parte,
previamente, en 1976, Wells y Marwell, desarrollaron una clasificación de las
definiciones de Autoestima y concluyeron que existían cuatro formas básicas de
definirla, siendo el enfoque Actitudinal el más básico, caracterizado por
tratar al Self como un objeto de
atención generados de reacciones en las personas. Otra forma de definición es la desarrollada por algunos
científicos sociales, que entienden la Autoestima como la relación entre
diferentes muestras de Actitudes que, a diferencia del anterior, se refiere a
las posibles disposiciones de una persona hacia aspectos de su yo, y que ésto
promueve por sí mismo, tratado de forma
general como las diferencias entre el self real y el self ideal. Otra
forma se centraría en las respuestas psicológicas que la persona tiene de su self –normalmente descritas como de
naturaleza afectiva o basadas en el sentimiento-. Y el último enfoque sería el
que comprende la Autoestima como una función o componente de la personalidad,
siendo por tanto considerada como parte de uno mismo, relacionada habitualmente
con la motivación y/o autorregulación. (Mruk, 1999).
De un modo más similar
al de Mora y Raich, Smesler (1989) también señaló que las definiciones variaban
según se focalicen en la Autoestima como algo relativamente estable o cambiante,
como fenómeno global o situacional. (Mruk, 1999). En relación a ello Mueller y
Laird (1971) ya habían matizado el desarrollo evolutivo de la Autoestima. Según
estos autores la Autoestima se iría diferenciando con la edad, y localizaron
cinco áreas específicas: rasgos de logro, habilidades intelectuales,
habilidades físicas, habilidades interpersonales y sentido de responsabilidad
social. Concluyeron que si bien podía existir, en cierto punto del desarrollo
un autoconcepto único, se disuelve posteriormente en una diversidad de autoevaluaciones
(Bermúdez, 2003). En síntesis,
“hay grandes controversias sobre cómo
considerar la autoestima. Una de ellas está relacionada con la estabilidad de
la autoestima. ¿Fluctúa por el día a día o permanece estable? La mayoría de los
estudios han encontrado que permanece estable a lo largo de tiempo. Harter
(1993) encontró que la autoestima puede cambiar muchísimo, particularmente grandes momentos de transición de la vida,
pero aun así tiende a mantenerse completamente estable la mayor parte del
tiempo” (Hogan, Johnson y Briggs, 1997, p. 688).
Como parte de esta
contextualización, se hace difícil obviar una revisión a las definiciones más
influyentes y relevantes que se han desarrollando en este campo, y que nos han
servido para adentrarnos paulatinamente en el desarrollo de las investigaciones
acerca de la Autoestima.
William James en 1890
en su libro Principles of Psychology
llevó a cabo el primer intento para definir la autoestima:
“Yo, que para la época
he arriesgado todo para ser psicólogo, me siento mortificado si otros saben
mucho más sobre psicología que yo. Pero me alegra revolverme en la más grande
ignorancia de la lengua griega. Mis deficiencias en esta materia no me producen
ninguna sensación de humillación personal. Si tuviera “pretensiones” de ser
lingüista se habría producido el efecto inverso…Sin intento no puede haber
fracaso; sin fracaso no hay humillación. Lo que sentimos con respecto a
nosotros mismo en este mundo depende enteramente de lo que apostemos ser y
hacer. Está determinado por la proporción entre nuestra realidad y nuestras
supuestas potencialidades; una fracción en la cual el denominador son nuestras
pretensiones y el numerador, nuestros éxitos: por tanto, Autoestima:
Éxito/ Pretensiones.
Dicha fracción puede
aumentarse tanto disminuyendo el denominador como aumentando el numerador”. (Branden,
1997, p. 20)
William James entiende
entonces su autoestima como una comparación con los demás en determinadas
temáticas, conocimientos o habilidades. Si como resultado de la comparación
nadie le supera entonces su autoestima queda satisfecha, pero si le superan
entonces se ve afectada (Branden, 1997). Esta conclusión es importante que la
tengamos en cuenta para el posterior abordaje que realizaremos a los procesos
que se desarrollan para la protección y defensa de la autoestima, ya que, desde
la definición de William James, “uno
puede proteger la autoestima aumentando el propio éxito o bajando las propias
pretensiones” (Branden, 1997, p. 20).
Para Mruk,
“el primer aspecto a señalar en la definición
de James es que la auto-estima se concibe como un fenómeno afectivo: es decir,
James sugiere que se vive como un sentimiento o emoción. Esto significa que
como cualquier estado afectivo, la auto-estima es algo que experimentamos en
nosotros mismos, a menudo tanto si lo deseamos como si no” (Murk, 1999,
p.23).
Añade además que, siguiendo la
definición,
“la
auto-estima puede cambiar modificando el nivel de aspiraciones individuales (el
numerador) o aumentando o reduciendo la frecuencia de éxitos (el denominador),
entonces la autoestima debe ser concebida como fenómeno dinámico” (Ibídem,
p.24).
En síntesis, con sus propias palabras, se puede
decir que la aportación de William James en la definición de la autoestima ha
sido
“que es algo afectivo (cierto tipo de
sentimiento), conductual (dependiente de los valores propios y la acción) y
dinámico (abierto al cambio)” (Ibídem, p.24).
Siguiendo la ecuación
presentada por James, habría un modo de fortalecer la autoestima. Los éxitos,
aumentan la autoestima, por lo que si los éxitos se aplican sobre facetas o
áreas significativas la autoestima también mejorará. Y esta línea, es la que
siguen la mayoría de los enfoques terapéuticos para mejorar la autoestima.
A lo largo de esta
recopilación de definiciones, mostraremos autores que han marcado un punto de
inflexión en el estudio del concepto que nos ocupa, algunas más importantes que
otros, en muchas ocasiones no todos son mencionados en las fuentes consultadas,
pero sí William James. Bien es cierto que su aportación dio el pistoletazo de
salida a la investigación sobre la autoestima, pero no debe exagerarse su
importancia, pese a su contribución histórica en el área. Mruk (1999) señala
para no caer en el error varias limitaciones del trabajo de James, basadas en
su mayoría en introspecciones.
Debieron pasar sesenta
años aproximadamente para que el estudio sobre la autoestima se volviera a
retomar, debido posiblemente a los cambios metodológicos en el estudio, el
interés por la observación y la medición instaurados por el modelo conductual.
(Mruk, 1999). Hay autores que consideran que el recobrar del interés por la
autoestima surgió ante el desarrollo de la psicología fenomenológica y la
psicoterapia humanista (Burns 1990; Bonet, 1997). En cambio Mruk, aunque
reconoce que en la obra de Freud no se menciona el término autoestima, la
perspectiva de éste deja sitio para tal posibilidad, y analiza la aportación de
Robert White (1936), un neoanalista, quien,
“concibe la autoestima como derivada de un
complejo marco evolutivo caracterizado por los impulsos primitivos que son
modificados y convertidos en funciones superiores del self con el paso del
tiempo” (Mruk, 1999, p.24).
Como puede observarse, White
entiende la Autoestima como un fenómeno evolutivo, y de forma acumulativa, por
lo que se desarrolla a lo largo del tiempo, produciendo una sensación general
de competencia. El uso que hace White del término competencia está relacionado
con un deseo de estimulación –de tipo biológico- y el esfuerzo por dominar el
entorno.
Además, intenta
clarificar la diferencia entre la orientación afectiva que manifiesta la
autoestima, como un autosentimiento asociado a ésta, es diferente al
narcisismo, que sería un mero autoamor. Fundamentalmente la diferencia radica
en que la importancia de la afectividad es su acción sobre el medio, y no una
forma de aprobación parental (Mruk, 1999).
Morris Rosenberg (1965)
también contribuyó con una definición: “Por
auto-estima entendemos la evaluación que efectúa y mantiene comúnmente el
individuo en referencia a sí mismo: expresa una actitud de aprobación/
desaprobación” (Mruk, 1997, p.25). Por ella se percibe un cambio de
perspectiva, no siendo la autoestima sólo un sentimiento, sino que se define
por factores cognitivos y perceptivos que están implicados en la formación de
actitudes. Además, Rosenberg destaca una función evaluadora. (Mruk, 1999). Define la autoestima como
“actitud positiva o negativa hacia un objeto particular, en concreto el yo” (Rosenberg,
1965, p.30). “La
autoestima parece implicar sencillamente que el individuo siente que es una
persona de valía respecto de sí y por lo que es, no condenándose por lo que no
es y en la medida en que piensa positivamente de sí mismo”, según entiende
Burns (1991, p.56).
Stanley Coopersmith es
considerado por todos un autor importante en el desarrollo de la investigación
en autoestima, Branden (1997) considera su libro The Antecedents of Self-Esteem uno de los mejores libros que se han
escrito sobre autoestima, y recalca la importancia de su investigación acerca
de la contribución de los padres.
Para Bermúdez (2003)
Coopersmith aporta una definición bastante general, pero destaca también su
investigación sobre el papel de la autoestima en la infancia.
“Por auto-estima entendemos
la evaluación que efectúa y mantiene comúnmente el individuo en referencia a sí
mismo: expresa una actitud de aprobación o desaprobación e indica la medida en
que el individuo se cree capaz, significativo, con éxito y merecedor. En
síntesis, la auto-estima es un juicio de la persona sobre el merecimiento que
se expresa en la actitud que mantiene ésta hacia sí misma. Es una experiencia
subjetiva que el individuo transmite a otros mediante informes verbales o
mediante la conducta abierta. (1967, p.5)”. (Murk, 1999, p.
26).
En cierta medida, como
bien expone Bermúdez (2003), esta definición no parece demasiado específica y
no añade nada nuevo a lo que han aportado las definiciones anteriormente mencionadas;
en cambio, Mruk (1999) considera que es la definición es más compresiva
porque combina elementos y además ofrece una nueva percepción de las
dimensiones evaluadoras y experimentales de la autoestima. Burns (1990, p.56)
entiende por ello que la
“autoestima es un juicio personal de valor que se manifiesta en las actitudes
del individuo”
Nathaniel Branden es
una figura importante en la temática de la autoestima. Calificado como un
experto en ello por publicaciones americanas, ha dedicado varios libros a la
determinación del concepto, aunque, también es cierto, gran parte de esa
literatura publicada en los últimos años, ha sido más centrada a la perspectiva
clínica y de la autoayuda y perfeccionamiento de la autoestima, y no en la
delimitación del concepto.
Para Mruk (1999), que
es una figura destacada e importante en la revolución de la autoestima de los
años setenta, principalmente, porque en sus trabajos iniciales definió la
Autoestima incluyendo claramente los dos componentes básicos de ésta:
Competencia y Merecimiento, aunque no describe la articulación entre ambas,
salvo para indicar que tiene algo que ver con la vida.
“La auto-estima cuenta con dos aspectos
interrelacionados: vincula un sentido de eficacia persona y un sentido de
merecimiento personal. Constituye la suma integrada de auto-confianza y
auto-respeto. Es el convencimiento de que uno es competente para vivir y
merecer vivir” (Mruk, 1999, p.27).
Branden considera la
autoestima como una necesidad importante para el ser humano, ya que contribuye
de forma esencial en el proceso de la vida, y es indispensable para el
desarrollo normal y sano de la persona. “Cuando se posee actúa como el sistema inmunológico de la conciencia,
dándole resistencia, fortaleza y capacidad de regeneración” (Branden, 1997, p.
36)
En definitiva, para
Branden la autoestima implica “la
experiencia de ser aptos para la vida y para sus requerimientos” (1997, p.36),
y destaca más concretamente que consiste en:
-“1. La confianza en
nuestra capacidad de pensar y de afrontar los desafíos básicos de la vida.
-2. La confianza en
nuestro derecho a triunfar y a ser
felices: el sentimiento de ser respetables, de ser dignos y de tener derecho a
afirmar nuestros propios morales y a gozar de los frutos de nuestros esfuerzos”.
(Branden, 2011, p.37).
Como se mencionó
anteriormente, los años setenta constituyeron el desarrollo
de la investigación en el concepto de la Autoestima, de la que Branden ha sido
considerado uno de los contribuyentes destacados. Aumenta el interés por la
investigación, y la teoría se da por válida, partiendo,
por tanto, de los hallazgos y definiciones previas sobre el concepto, dejando a
un lado la investigación teórica, y buscando aspectos más cuantificables, pese
al problema definitorio de la autoestima (Mruk, 1997).
En cambio, Epstein,
investigador en los años ochenta, aunque progresa en los aspectos relacionados con la vivencia real de la autoestima, su definición no
añade nada nuevo a lo dicho en los años previos. Situando dentro de la
perspectiva cognitiva la autoestima, definida como “una necesidad humana básica de ser merecedor de amor” (Mruk, 1999,
p.123). Siendo la autoestima percibida como necesidad, como algo central en la
vida, además de tener una característica motivacional.
“Ahora volvamos a una consideración de la
auto-estima, un postulado descriptivo particularmente importante en la teoría
del self de la persona. La necesidad de auto-estima, en su nivel más básico,
surge a partir de la internalización de la necesidad del niño de ser querido
por sus padres… Así pues, en su nivel más básico, la auto-estima se corresponde
con una evaluación extensa del merecimiento de amor y constituye uno de los postulados
más fundamentales en la teoría del self del individuo. (Epstein, 1985, p.302)”
(Mruk, 1999, p.28)
Con esa dificultad nos
encontramos en la actualidad cuando tratamos el tema de la Autoestima, Mruk
(1999) destaca a Bednar et al., quienes encauzan su visión hacia la psicología social, elaborando programas para
el fortalecimiento de la autoestima, pero con una aportación teórica poco
enriquecedora:
“definimos la auto-estima como un sentido
subjetivo y duradero de auto-aprobación realista. Refleja cómo percibe y valora
el individuo el self en sus niveles más fundamentales de experiencia
psicológica…Fundamentalmente, pues, la auto-estima es un sentido duradero y
afecto del valor personal basado en auto-percepciones exactas. (1989, p.4)” (Mruk,
1999, p.28).
Pope, McHale y
Craighead (1988) describieron la autoestima como la evaluación del Autoconcepto;
“en síntesis la autoestima surge de la
discrepancia entre el self percibido y el self ideal […] este tipo de
“medición” se produce en muchas áreas de la vida dependiendo del tipo de tareas
en que se dedique la persona” (Mora y Raich, 2005). Y esta representa en
gran parte, la mayoría de la literatura conductual en los últimos veinte años.
Aunque no es una definición innovadora, ya que en ella se ven representadas las
ideas de éxito/fracaso de William James y el centro en lo actitudinal de
Rosenberg y Coopersmith (Mruk, 1999).
Siguiendo esta línea
definitoria del concepto Larsen (2005, p.143) recuerda que Block y Robbins
definieron la autoestima como
“el grado en que uno se percibe a sí mismo
como relativamente cerca de ser la persona que uno desea ser o relativamente
distante de ser la clase de persona que uno desea, o ambos con respecto a las
cualidades de la persona que uno valora en forma positiva y negativa.” Y él
mismo, expone que “la autoestima resulta
de una evaluación de uno mismo. Es una evaluación de una dimensión bueno-malo o
agrado-disgusto. La autoestima es la suma de sus reacciones positivas y
negativas a todos los aspectos del autoconcepto” (Larsen, 2005, p. 445).
En la mayoría de las
definiciones, como hemos podido observar, destaca principalmente la acción evaluadora
del Autoconcepto, y la valoración que a éste se le da. Por ello, se hace
adecuado añadir qué se entiende por Autoconcepto, clasificado dentro de los
contenidos del “sí-mismo” (Fierro, 1998; Ross, Avia 1995) al igual que la
autoestima. El Autoconcepto es “el propio
sentido de identidad: qué es lo que piensa una persona de sí-mismo como
individuo, el ideal de sí-mismo es lo que quisiera ser” (Mora y Raich,
2005), entendiendo que el Autoconcepto implica la percepción de uno mismo –Autopercepción-
y la autoestima la valoración de ésta.
Según Brisset (1972),
la autoestima comprende dos procesos psicológicos básicos: 1) el de Autoevaluación
y, 2) el de Autovaloración. Ambos son complementarios y Brisset (1972) afirma
que la autovaloración es más fundamental para el ser humano que la
autoevaluación aunque ambos elementos de la autoestima implican necesariamente
contextualizar lo que uno es o lo que
está haciendo –el yo y sus actos, en un mismo marco-.Se refiere a la autoestima
en términos de autoevaluación, con respecto a los juicios conscientes que una
persona hace en relación al significado y la importancia personal o a las
facetas personales. De estas evaluaciones es responsable todo lo que se
relaciona con la persona, en base a los criterios y normas que implican,
niveles de logro, normas de conducta, metas y normas morales del individuo.
Habría tres puntos principales pertenecientes
a la Autoevaluación:
1. En
primer lugar, la comparación de la autoimagen, tal como es conocida, con la
autoimagen ideal o la configuración de la persona que una desearía ser. Esta
clase de comparación ha sido un tema dominante en numerosos enfoques de la
psicoterapia (Horney, Rogers) en donde la congruencia entre estos dos yos es un
indicador importante de la salud mental. Incluso el clásico punto de vista de
James (1890) sobre la autoestima, como la ratio entre las realizaciones reales
y las aspiraciones, es una afirmación de este punto importante relativo a la
autoevaluación, la realización de los ideales.
2. El
segundo punto de referencia incluye la interiorización de los juicios de la
sociedad. Esto significa que la autoevaluación está determinada por las
creencias del individuo relativas a cómo los demás lo evalúan. Cooley (1912) y
Mead (1934) fueron quienes inicialmente promovieron esta forma de
conceptualizar la autoestima.
3. El
tercer y último punto de referencia implica al individuo autoevaluándose con
relativo éxito o fracaso al hacer lo que su identidad le exige. Esto supone no
el juicio de que aquello que uno hace es bueno en sí sino que uno es bueno en
aquello que hace. El modelo que se deriva de aquí es el del individuo que
encaja en una estructura social cambiante lo mejor que puede. Si se desempeñan
adecuadamente lo diferentes roles, entonces se obra a favor de los fines
colectivos y se satisface la estima individual. La sociedad ofrece
oportunidades para el desarrollo de la autoestima, pero para que éste sea
posible en un nivel individual, es necesario hacerlo a través del ajuste a esas
oportunidades.
Con respecto a la Autovalía, es entendida como el sentimiento
de que el “yo” es importante y eficaz y supone que la persona es consciente de
sí misma. La Autovalía es más fundamental que la autoevaluación e incluye que
el individuo se considere a sí mismo como sueño de sus propias acciones, con un
sentido de competencia más intrínseco, que no depende del apoyo externo. La
autovalía sería un concepto que se situaría dentro del ámbito del yo en cuanto
conocedor. (Burns, 1990).
Aquilino
Polaino-Lorente (2004) habla de autoestima haciendo referencia a su denotación
acerca de la valoración que hace de sí misma. Al considerarse dentro del campo
conceptual del sí-mismo está estrechamente vinculada con términos afines, como puede
ser el autoconcepto, con lo que consecuentemente puede resultar difícil
delimitar cada uno de ellos. Polaino-Lorente destaca que aunque el autoconcepto
está relacionado con la autoestima, debe diferenciarse claramente de ella, ya
que no es lo mismo conocerse que estimarse. Además, considera que
“hoy se
entiende más la autoestima como autoestima-resultado, que como
autoestima-principio. De este modo se hace depender la autoestima de los
logros, metas y éxitos alcanzados (resultados), con independencia de las
cualidades, peculiaridades y características que posee cada persona y que la
singularizan y caracterizan (principios)” (2004, p.20.)
“La autoestima se nos
ofrece así como una mera consecuencia de los resultados del hacer –cuantificables,
por lo general, según una mera dimensión económica y de prestigio social–, pero
no del bien o mal realizados, que son los que, en última instancia, hacen que
la persona se experimente a sí misma como buena o mala y, en consecuencia, se
estime o desestime por ello”. (2004, p.21).
De manera esquemática
Polaino-Lorente, expone los aspectos que se destacan del concepto actual de
autoestima, con cierto consenso científico:
“1. un fuerte enfoque
actitudinal; 2. el hecho diferencial entre las actitudes acerca de las propias
aspiraciones (yo ideal) y sus respectivos grados de satisfacción (yo real); 3.
un excesivo énfasis en lo emotivo que colorea o tiñe cualquier contenido con
los propios sentimientos, entendidos éstos como logros positivos o negativos,
éxitos o fracasos, aceptación o rechazo; y 4. la configuración de una nueva
dimensión de la personalidad, en función de las motivaciones alcanzadas y de la
propia capacidad de autorregulación (Pope, McHale y Craighead, 1988; Mruk,
1999)” (2004, p. 22).
De alguna manera, de la
misma forma que Mruk, pero menos sistematizado y específico, éste autor, hace
un recorrido por algunas de las definiciones que él destacaría, que, siguiendo
su crítica sobre lo que muchos entienden por autoestima –autoestima final: éxito y logros-,
otros autores han destacado sobre otros factores integrados.
Es este el caso de
Maslow, quien señaló la estima de sí-mismo como una necesidad vital (1993),
situándola en un cuarto lugar en su pirámide de las necesidades humanas. Por
consiguiente Maslow entiende la autoestima como una necesidad que debe ser
satisfecha, aunque después de necesidades básicas previas. Éste autor no
identifica la autoestima con logros, sino, más bien con que cada individuo sea reconocido
por lo que es. (Polaino-Lorente, 2004).
Maslow describió dos clases de necesidades de estimación: la del respeto
de los demás y la de autorrespeto. La autoestima implica competencia,
seguridad, dominio, logro, independencia y libertad. El respeto de los demás
incluye reconocimiento, aceptación, estatus y aprecio. Cuando estas necesidades
no son satisfechas un individuo se siente desalentado, débil e inferior. La
autoestima saludable es una evaluación realista de las propias capacidades y tiene
sus raíces en el respeto merecido de los demás (Engler, 1998).
Después de realizar
este recorrido por lo que se ha entendido por autoestima desde la primera
aportación de William James, debemos aclarar que lo expuesto aquí es sólo una
muestra de las numerosas aportaciones que se han hecho en éste campo, de las
que hemos destacado las más relevantes y significativas. Pese a los numerosos
intentos de conceptualización, parece que no ha sido posible alcanzar una
definición con la que todos los autores estén de acuerdo, pero sí es posible
determinar aspectos comunes que se relacionan en las conceptualizaciones, o que
se exponen de diferente manera pero que vienen a significar ideas similares.
Por ello, en el siguiente punto nos dedicaremos a examinar los componentes
implicados en la Autoestima.
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