martes, 13 de agosto de 2013

(I) Autoestima: Un recorrido histórico y conceptual.




El concepto de  Autoestima, es y ha sido extensamente estudiado, por lo que existe numerosa bibliografía perteneciente a diferentes perspectivas desde las que se puede abordar. Todos alguna vez hemos hablado o leído sobre ella, y creemos saber lo qué es. Se han realizado tareas relacionadas con esto, donde se solicitaba a alumnos de Psicología que dieran una definición de Autoestima, y cuando éstas se ponían en común y se analizaban detenidamente, se hacía latente la discrepancia entre todas las definiciones, aunque también se distinguían puntos comunes (Mruk, 1999); de esta manera, sucede lo mismo en los trabajos científicos, por lo que existen numerosas definiciones del concepto de Autoestima, lo que dificulta en mayor medida que gran parte de los estudiosos y expertos estén de acuerdo en lo que es y de lo que se compone.

Estas diferentes conceptualizaciones pueden clasificarse según el área de la Psicología desde la que se valora y es tratada: desde la Psicología Social, la Personalidad, la Perspectiva Cognitiva u otra más Clínica.

Mora y Raich (2005), exponen de manera clara y esquemática la división de opiniones entre los diferentes puntos de vista desde los que se ha estudiado la Autoestima; clasificados en pares opuestos, en los que, en primer lugar, se considerarían los autores que consideran la Autoestima como un sentimiento generalizado acerca de uno mismo; y los que la consideran la suman de un conjunto de juicios acerca del propio valor y competencia en diferentes dominios.

Por otro lado y en segundo lugar, están los autores que la consideran un producto acabado que se ha formado durante la infancia y que ya no puede modificarse, y otros la contemplan como un proceso en el que los acontecimientos diarios tienen una determinada influencia.

En referencia a quienes consideran la Autoestima como un conjunto de juicios acerca del propio valor y competencia en diferentes dominios.,  Heatherton y Polivy (1991), distinguen entre Autoestima de desempeño, Autoestima de la apariencia y Autoestima social (Larsen, 2005).

Por otra parte, previamente, en 1976, Wells y Marwell, desarrollaron una clasificación de las definiciones de Autoestima y concluyeron que existían cuatro formas básicas de definirla, siendo el enfoque Actitudinal el más básico, caracterizado por tratar al Self como un objeto de atención generados de reacciones en las personas. Otra forma de  definición es la desarrollada por algunos científicos sociales, que entienden la Autoestima como la relación entre diferentes muestras de Actitudes que, a diferencia del anterior, se refiere a las posibles disposiciones de una persona hacia aspectos de su yo, y que ésto promueve por sí mismo, tratado de forma  general como las diferencias entre el self real y el self ideal. Otra forma se centraría en las respuestas psicológicas que la persona tiene de su self –normalmente descritas como de naturaleza afectiva o basadas en el sentimiento-. Y el último enfoque sería el que comprende la Autoestima como una función o componente de la personalidad, siendo por tanto considerada como parte de uno mismo, relacionada habitualmente con la motivación y/o autorregulación. (Mruk, 1999).

De un modo más similar al de Mora y Raich, Smesler (1989) también señaló que las definiciones variaban según se focalicen en la Autoestima como algo relativamente estable o cambiante, como fenómeno global o situacional. (Mruk, 1999). En relación a ello Mueller y Laird (1971) ya habían matizado el desarrollo evolutivo de la Autoestima. Según estos autores la Autoestima se iría diferenciando con la edad, y localizaron cinco áreas específicas: rasgos de logro, habilidades intelectuales, habilidades físicas, habilidades interpersonales y sentido de responsabilidad social. Concluyeron que si bien podía existir, en cierto punto del desarrollo un autoconcepto único, se disuelve posteriormente en una diversidad de autoevaluaciones (Bermúdez, 2003). En síntesis,

hay grandes controversias sobre cómo considerar la autoestima. Una de ellas está relacionada con la estabilidad de la autoestima. ¿Fluctúa por el día a día o permanece estable? La mayoría de los estudios han encontrado que permanece estable a lo largo de tiempo. Harter (1993) encontró que la autoestima puede cambiar muchísimo, particularmente  grandes momentos de transición de la vida, pero aun así tiende a mantenerse completamente estable la mayor parte del tiempo” (Hogan, Johnson y Briggs, 1997, p. 688).

Como parte de esta contextualización, se hace difícil obviar una revisión a las definiciones más influyentes y relevantes que se han desarrollando en este campo, y que nos han servido para adentrarnos paulatinamente en el desarrollo de las investigaciones acerca de la Autoestima.

William James en 1890 en su libro Principles of Psychology llevó a cabo el primer intento para definir la autoestima:

“Yo, que para la época he arriesgado todo para ser psicólogo, me siento mortificado si otros saben mucho más sobre psicología que yo. Pero me alegra revolverme en la más grande ignorancia de la lengua griega. Mis deficiencias en esta materia no me producen ninguna sensación de humillación personal. Si tuviera “pretensiones” de ser lingüista se habría producido el efecto inverso…Sin intento no puede haber fracaso; sin fracaso no hay humillación. Lo que sentimos con respecto a nosotros mismo en este mundo depende enteramente de lo que apostemos ser y hacer. Está determinado por la proporción entre nuestra realidad y nuestras supuestas potencialidades; una fracción en la cual el denominador son nuestras pretensiones y el numerador, nuestros éxitos: por tanto,  Autoestima: Éxito/ Pretensiones.                                                      
Dicha fracción puede aumentarse tanto disminuyendo el denominador como aumentando el numerador”. (Branden, 1997, p. 20)

William James entiende entonces su autoestima como una comparación con los demás en determinadas temáticas, conocimientos o habilidades. Si como resultado de la comparación nadie le supera entonces su autoestima queda satisfecha, pero si le superan entonces se ve afectada (Branden, 1997). Esta conclusión es importante que la tengamos en cuenta para el posterior abordaje que realizaremos a los procesos que se desarrollan para la protección y defensa de la autoestima, ya que, desde la definición de William James, “uno puede proteger la autoestima aumentando el propio éxito o bajando las propias pretensiones” (Branden, 1997, p. 20).

Para Mruk,
el primer aspecto a señalar en la definición de James es que la auto-estima se concibe como un fenómeno afectivo: es decir, James sugiere que se vive como un sentimiento o emoción. Esto significa que como cualquier estado afectivo, la auto-estima es algo que experimentamos en nosotros mismos, a menudo tanto si lo deseamos como si no” (Murk, 1999, p.23).

Añade además que, siguiendo la definición,
 la auto-estima puede cambiar modificando el nivel de aspiraciones individuales (el numerador) o aumentando o reduciendo la frecuencia de éxitos (el denominador), entonces la autoestima debe ser concebida como fenómeno dinámico” (Ibídem, p.24).

En síntesis, con sus propias palabras, se puede decir que la aportación de William James en la definición de la autoestima ha sido

que es algo afectivo (cierto tipo de sentimiento), conductual (dependiente de los valores propios y la acción) y dinámico (abierto al cambio)” (Ibídem, p.24).

Siguiendo la ecuación presentada por James, habría un modo de fortalecer la autoestima. Los éxitos, aumentan la autoestima, por lo que si los éxitos se aplican sobre facetas o áreas significativas la autoestima también mejorará. Y esta línea, es la que siguen la mayoría de los enfoques terapéuticos para mejorar la autoestima.

A lo largo de esta recopilación de definiciones, mostraremos autores que han marcado un punto de inflexión en el estudio del concepto que nos ocupa, algunas más importantes que otros, en muchas ocasiones no todos son mencionados en las fuentes consultadas, pero sí William James. Bien es cierto que su aportación dio el pistoletazo de salida a la investigación sobre la autoestima, pero no debe exagerarse su importancia, pese a su contribución histórica en el área. Mruk (1999) señala para no caer en el error varias limitaciones del trabajo de James, basadas en su mayoría en introspecciones.

Debieron pasar sesenta años aproximadamente para que el estudio sobre la autoestima se volviera a retomar, debido posiblemente a los cambios metodológicos en el estudio, el interés por la observación y la medición instaurados por el modelo conductual. (Mruk, 1999). Hay autores que consideran que el recobrar del interés por la autoestima surgió ante el desarrollo de la psicología fenomenológica y la psicoterapia humanista (Burns 1990; Bonet, 1997). En cambio Mruk, aunque reconoce que en la obra de Freud no se menciona el término autoestima, la perspectiva de éste deja sitio para tal posibilidad, y analiza la aportación de Robert White (1936), un neoanalista, quien,

concibe la autoestima como derivada de un complejo marco evolutivo caracterizado por los impulsos primitivos que son modificados y convertidos en funciones superiores del self con el paso del tiempo” (Mruk, 1999, p.24).

Como puede observarse, White entiende la Autoestima como un fenómeno evolutivo, y de forma acumulativa, por lo que se desarrolla a lo largo del tiempo, produciendo una sensación general de competencia. El uso que hace White del término competencia está relacionado con un deseo de estimulación –de tipo biológico- y el esfuerzo por dominar el entorno.

Además, intenta clarificar la diferencia entre la orientación afectiva que manifiesta la autoestima, como un autosentimiento asociado a ésta, es diferente al narcisismo, que sería un mero autoamor. Fundamentalmente la diferencia radica en que la importancia de la afectividad es su acción sobre el medio, y no una forma de aprobación parental (Mruk, 1999).

Morris Rosenberg (1965) también contribuyó con una definición: “Por auto-estima entendemos la evaluación que efectúa y mantiene comúnmente el individuo en referencia a sí mismo: expresa una actitud de aprobación/ desaprobación” (Mruk, 1997, p.25). Por ella se percibe un cambio de perspectiva, no siendo la autoestima sólo un sentimiento, sino que se define por factores cognitivos y perceptivos que están implicados en la formación de actitudes. Además, Rosenberg destaca una función evaluadora. (Mruk, 1999). Define la autoestima como “actitud positiva o negativa hacia un objeto particular, en concreto el yo” (Rosenberg, 1965, p.30). “La autoestima parece implicar sencillamente que el individuo siente que es una persona de valía respecto de sí y por lo que es, no condenándose por lo que no es y en la medida en que piensa positivamente de sí mismo”, según entiende Burns (1991, p.56).

Stanley Coopersmith es considerado por todos un autor importante en el desarrollo de la investigación en autoestima, Branden (1997) considera su libro The Antecedents of Self-Esteem uno de los mejores libros que se han escrito sobre autoestima, y recalca la importancia de su investigación acerca de la contribución de los padres.

Para Bermúdez (2003) Coopersmith aporta una definición bastante general, pero destaca también su investigación sobre el papel de la autoestima en la infancia.

“Por auto-estima entendemos la evaluación que efectúa y mantiene comúnmente el individuo en referencia a sí mismo: expresa una actitud de aprobación o desaprobación e indica la medida en que el individuo se cree capaz, significativo, con éxito y merecedor. En síntesis, la auto-estima es un juicio de la persona sobre el merecimiento que se expresa en la actitud que mantiene ésta hacia sí misma. Es una experiencia subjetiva que el individuo transmite a otros mediante informes verbales o mediante la conducta abierta. (1967, p.5)”. (Murk, 1999, p. 26).

En cierta medida, como bien expone Bermúdez (2003), esta definición no parece demasiado específica y no añade nada nuevo a lo que han aportado las definiciones anteriormente mencionadas; en cambio, Mruk (1999) considera que es la definición es más compresiva porque combina elementos y además ofrece una nueva percepción de las dimensiones evaluadoras y experimentales de la autoestima. Burns (1990, p.56) entiende por ello que la “autoestima es un juicio personal de valor que se manifiesta en las actitudes del individuo”

Nathaniel Branden es una figura importante en la temática de la autoestima. Calificado como un experto en ello por publicaciones americanas, ha dedicado varios libros a la determinación del concepto, aunque, también es cierto, gran parte de esa literatura publicada en los últimos años, ha sido más centrada a la perspectiva clínica y de la autoayuda y perfeccionamiento de la autoestima, y no en la delimitación del concepto.

Para Mruk (1999), que es una figura destacada e importante en la revolución de la autoestima de los años setenta, principalmente, porque en sus trabajos iniciales definió la Autoestima incluyendo claramente los dos componentes básicos de ésta: Competencia y Merecimiento, aunque no describe la articulación entre ambas, salvo para indicar que tiene algo que ver con la vida.

La auto-estima cuenta con dos aspectos interrelacionados: vincula un sentido de eficacia persona y un sentido de merecimiento personal. Constituye la suma integrada de auto-confianza y auto-respeto. Es el convencimiento de que uno es competente para vivir y merecer vivir” (Mruk, 1999, p.27).

Branden considera la autoestima como una necesidad importante para el ser humano, ya que contribuye de forma esencial en el proceso de la vida, y es indispensable para el desarrollo normal y sano de la persona. “Cuando se posee actúa como el sistema inmunológico de la conciencia, dándole resistencia, fortaleza y capacidad de regeneración” (Branden, 1997, p. 36)

En definitiva, para Branden la autoestima implica “la experiencia de ser aptos para la vida y para sus requerimientos” (1997, p.36), y destaca más concretamente que consiste en:
-“1. La confianza en nuestra capacidad de pensar y de afrontar los desafíos básicos de la vida.
-2. La confianza en nuestro derecho a  triunfar y a ser felices: el sentimiento de ser respetables, de ser dignos y de tener derecho a afirmar nuestros propios morales y a gozar de los frutos de nuestros esfuerzos”. (Branden, 2011, p.37).

Como se mencionó anteriormente, los años setenta constituyeron el desarrollo de la investigación en el concepto de la Autoestima, de la que Branden ha sido considerado uno de los contribuyentes destacados. Aumenta el interés por la investigación, y la teoría se da por válida, partiendo, por tanto, de los hallazgos y definiciones previas sobre el concepto, dejando a un lado la investigación teórica, y buscando aspectos más cuantificables, pese al problema definitorio de la autoestima (Mruk, 1997).

En cambio, Epstein, investigador en los años ochenta, aunque progresa en  los aspectos relacionados con la vivencia real de la autoestima, su definición no añade nada nuevo a lo dicho en los años previos. Situando dentro de la perspectiva cognitiva la autoestima, definida como “una necesidad humana básica de ser merecedor de amor” (Mruk, 1999, p.123). Siendo la autoestima percibida como necesidad, como algo central en la vida, además de tener una característica motivacional.

Ahora volvamos a una consideración de la auto-estima, un postulado descriptivo particularmente importante en la teoría del self de la persona. La necesidad de auto-estima, en su nivel más básico, surge a partir de la internalización de la necesidad del niño de ser querido por sus padres… Así pues, en su nivel más básico, la auto-estima se corresponde con una evaluación extensa del merecimiento de amor y constituye uno de los postulados más fundamentales en la teoría del self del individuo. (Epstein, 1985, p.302)” (Mruk, 1999, p.28)

Con esa dificultad nos encontramos en la actualidad cuando tratamos el tema de la Autoestima, Mruk (1999) destaca a Bednar et al., quienes encauzan su visión hacia la psicología social, elaborando programas para el fortalecimiento de la autoestima, pero con una aportación teórica poco enriquecedora:

definimos la auto-estima como un sentido subjetivo y duradero de auto-aprobación realista. Refleja cómo percibe y valora el individuo el self en sus niveles más fundamentales de experiencia psicológica…Fundamentalmente, pues, la auto-estima es un sentido duradero y afecto del valor personal basado en auto-percepciones exactas. (1989, p.4)” (Mruk, 1999, p.28).

Pope, McHale y Craighead (1988) describieron la autoestima como la evaluación del Autoconcepto; “en síntesis la autoestima surge de la discrepancia entre el self percibido y el self ideal […] este tipo de “medición” se produce en muchas áreas de la vida dependiendo del tipo de tareas en que se dedique la persona” (Mora y Raich, 2005). Y esta representa en gran parte, la mayoría de la literatura conductual en los últimos veinte años. Aunque no es una definición innovadora, ya que en ella se ven representadas las ideas de éxito/fracaso de William James y el centro en lo actitudinal de Rosenberg y Coopersmith (Mruk, 1999).

Siguiendo esta línea definitoria del concepto Larsen (2005, p.143) recuerda que Block y Robbins definieron la autoestima como

el grado en que uno se percibe a sí mismo como relativamente cerca de ser la persona que uno desea ser o relativamente distante de ser la clase de persona que uno desea, o ambos con respecto a las cualidades de la persona que uno valora en forma positiva y negativa.” Y él mismo, expone que “la autoestima resulta de una evaluación de uno mismo. Es una evaluación de una dimensión bueno-malo o agrado-disgusto. La autoestima es la suma de sus reacciones positivas y negativas a todos los aspectos del autoconcepto” (Larsen, 2005, p. 445).

En la mayoría de las definiciones, como hemos podido observar, destaca principalmente la acción evaluadora del Autoconcepto, y la valoración que a éste se le da. Por ello, se hace adecuado añadir qué se entiende por Autoconcepto, clasificado dentro de los contenidos del “sí-mismo” (Fierro, 1998; Ross, Avia 1995) al igual que la autoestima. El Autoconcepto es “el propio sentido de identidad: qué es lo que piensa una persona de sí-mismo como individuo, el ideal de sí-mismo es lo que quisiera ser” (Mora y Raich, 2005), entendiendo que el Autoconcepto implica la percepción de uno mismo –Autopercepción- y la autoestima la valoración de ésta.

Según Brisset (1972), la autoestima comprende dos procesos psicológicos básicos: 1) el de Autoevaluación y, 2) el de Autovaloración. Ambos son complementarios y Brisset (1972) afirma que la autovaloración es más fundamental para el ser humano que la autoevaluación aunque ambos elementos de la autoestima implican necesariamente contextualizar lo que uno es  o lo que está haciendo –el yo y sus actos, en un mismo marco-.Se refiere a la autoestima en términos de autoevaluación, con respecto a los juicios conscientes que una persona hace en relación al significado y la importancia personal o a las facetas personales. De estas evaluaciones es responsable todo lo que se relaciona con la persona, en base a los criterios y normas que implican, niveles de logro, normas de conducta, metas y normas morales del individuo.

 Habría tres puntos principales pertenecientes a la Autoevaluación:
1.      En primer lugar, la comparación de la autoimagen, tal como es conocida, con la autoimagen ideal o la configuración de la persona que una desearía ser. Esta clase de comparación ha sido un tema dominante en numerosos enfoques de la psicoterapia (Horney, Rogers) en donde la congruencia entre estos dos yos es un indicador importante de la salud mental. Incluso el clásico punto de vista de James (1890) sobre la autoestima, como la ratio entre las realizaciones reales y las aspiraciones, es una afirmación de este punto importante relativo a la autoevaluación, la realización de los ideales.

2.      El segundo punto de referencia incluye la interiorización de los juicios de la sociedad. Esto significa que la autoevaluación está determinada por las creencias del individuo relativas a cómo los demás lo evalúan. Cooley (1912) y Mead (1934) fueron quienes inicialmente promovieron esta forma de conceptualizar la autoestima.


3.      El tercer y último punto de referencia implica al individuo autoevaluándose con relativo éxito o fracaso al hacer lo que su identidad le exige. Esto supone no el juicio de que aquello que uno hace es bueno en sí sino que uno es bueno en aquello que hace. El modelo que se deriva de aquí es el del individuo que encaja en una estructura social cambiante lo mejor que puede. Si se desempeñan adecuadamente lo diferentes roles, entonces se obra a favor de los fines colectivos y se satisface la estima individual. La sociedad ofrece oportunidades para el desarrollo de la autoestima, pero para que éste sea posible en un nivel individual, es necesario hacerlo a través del ajuste a esas oportunidades.

Con respecto a la  Autovalía, es entendida como el sentimiento de que el “yo” es importante y eficaz y supone que la persona es consciente de sí misma. La Autovalía es más fundamental que la autoevaluación e incluye que el individuo se considere a sí mismo como sueño de sus propias acciones, con un sentido de competencia más intrínseco, que no depende del apoyo externo. La autovalía sería un concepto que se situaría dentro del ámbito del yo en cuanto conocedor. (Burns, 1990).

Aquilino Polaino-Lorente (2004) habla de autoestima haciendo referencia a su denotación acerca de la valoración que hace de sí misma. Al considerarse dentro del campo conceptual del sí-mismo está estrechamente vinculada con términos afines, como puede ser el autoconcepto, con lo que consecuentemente puede resultar difícil delimitar cada uno de ellos. Polaino-Lorente destaca que aunque el autoconcepto está relacionado con la autoestima, debe diferenciarse claramente de ella, ya que no es lo mismo conocerse que estimarse. Además, considera que

 “hoy se entiende más la autoestima como autoestima-resultado, que como autoestima-principio. De este modo se hace depender la autoestima de los logros, metas y éxitos alcanzados (resultados), con independencia de las cualidades, peculiaridades y características que posee cada persona y que la singularizan y caracterizan (principios)” (2004, p.20.)

“La autoestima se nos ofrece así como una mera consecuencia de los resultados del hacer –cuantificables, por lo general, según una mera dimensión económica y de prestigio social–, pero no del bien o mal realizados, que son los que, en última instancia, hacen que la persona se experimente a sí misma como buena o mala y, en consecuencia, se estime o desestime por ello”. (2004, p.21).

De manera esquemática Polaino-Lorente, expone los aspectos que se destacan del concepto actual de autoestima, con cierto consenso científico:

“1. un fuerte enfoque actitudinal; 2. el hecho diferencial entre las actitudes acerca de las propias aspiraciones (yo ideal) y sus respectivos grados de satisfacción (yo real); 3. un excesivo énfasis en lo emotivo que colorea o tiñe cualquier contenido con los propios sentimientos, entendidos éstos como logros positivos o negativos, éxitos o fracasos, aceptación o rechazo; y 4. la configuración de una nueva dimensión de la personalidad, en función de las motivaciones alcanzadas y de la propia capacidad de autorregulación (Pope, McHale y Craighead, 1988; Mruk, 1999)” (2004, p. 22).

De alguna manera, de la misma forma que Mruk, pero menos sistematizado y específico, éste autor, hace un recorrido por algunas de las definiciones que él destacaría, que, siguiendo su crítica sobre lo que muchos entienden por autoestima –autoestima final: éxito y logros-, otros autores han destacado sobre otros factores integrados.

Es este el caso de Maslow, quien señaló la estima de sí-mismo como una necesidad vital (1993), situándola en un cuarto lugar en su pirámide de las necesidades humanas. Por consiguiente Maslow entiende la autoestima como una necesidad que debe ser satisfecha, aunque después de necesidades básicas previas. Éste autor no identifica la autoestima con logros, sino, más bien con que cada individuo sea reconocido por lo que es. (Polaino-Lorente, 2004).  Maslow describió dos clases de necesidades de estimación: la del respeto de los demás y la de autorrespeto. La autoestima implica competencia, seguridad, dominio, logro, independencia y libertad. El respeto de los demás incluye reconocimiento, aceptación, estatus y aprecio. Cuando estas necesidades no son satisfechas un individuo se siente desalentado, débil e inferior. La autoestima saludable es una evaluación realista de las propias capacidades y tiene sus raíces en el respeto merecido de los demás (Engler, 1998).

Después de realizar este recorrido por lo que se ha entendido por autoestima desde la primera aportación de William James, debemos aclarar que lo expuesto aquí es sólo una muestra de las numerosas aportaciones que se han hecho en éste campo, de las que hemos destacado las más relevantes y significativas. Pese a los numerosos intentos de conceptualización, parece que no ha sido posible alcanzar una definición con la que todos los autores estén de acuerdo, pero sí es posible determinar aspectos comunes que se relacionan en las conceptualizaciones, o que se exponen de diferente manera pero que vienen a significar ideas similares. Por ello, en el siguiente punto nos dedicaremos a examinar los componentes implicados en la Autoestima.




Referencias Bibliográficas:

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-Branden, N. (1997) El poder de la autoestima. Cómo potenciar este importante recurso             psicológico. Barcelona: Paidós.
-Branden, N. (1998) Cómo mejorar su autoestima. 9ª E. Barcelona: Paidós.
-Branden, N. (2011) Los seis pilares de la autoestima: el libro definitivo sobre la autoestima por el más importante especialista en la materia. Madrid: Paidós.
-Brody, N. y Ehrlichman, H. (2000) Psicología de la personalidad. Madrid: Prentice Hall.
-Burns, R.B. (1990) El autoconcepto. Teoría, medición, desarrollo y comportamiento. Bilbao: Ega.
-Carver, C.S. y Scheier, M.F. (1997) Teorías de la personalidad. 3a. Ed. Madrid: Pearson.
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-Fierro, A. et. Cols.(1998) Manual de psicología de la personalidad. Barcelona: Paidós.
-Hogan, R. J., John Briggs, S. (1997) Handbook of personality psychology. San Diego: Academic Press. 
 -Larsen, R. J. y Buss, D. M. (2005) Psicología de la personalidad: dominios de   conocimiento sobre la naturaleza humana. 2ª Ed..  Madrid: McGraw Hill.
-McKay, M. y Fanning, Patrick (1991) Autoestima. Evaluación y mejora. Barcelona: Martínez Roca.
-Mora, M. y Raich, R.M. (2005) Autoestima: evaluación y tratamiento. Madrid:             Síntesis
-Mruk, C. (1999) Auto-estima: investigación, teoría y práctica 2a. Ed. Bilbao: Desclée   de Brouwer.
-Pervin, L. A. (2000) La ciencia de la personalidad. Madrid: McGraw-Hill.
-Polaino-Lorente, A.(2004)  En busca de la autoestima perdida. 3a. Ed. Bilbao: Desclée De Brouwer.